El Samaín (o Samhain) era una festividad celta que se celebraba la noche del 31 de octubre, durante el solsticio de invierno. Festejaba el final de la temporada de cosechas y el "Año Nuevo Celta" (que comenzaba con la estación oscura). Era, por lo tanto, una fiesta de transición, de paso de un año a otro, y también de apertura al otro mundo. En Galicia (y en otras zonas de España) el Samaín era una festividad muy extendida. Se creía que durante la noche más larga del año los espíritus de los muertos podían vagar en libertad por el mundo de los vivos. Y así la gente colocaba una calabaza iluminada en las ventanas de las casas, como un tributo a los muertos para que no tomaran represalias contra el hogar, e iluminarles el camino que debían tomar las almas.
Sin embargo, con la cristianización se prohibió, por considerarla una fiesta pagana y herética. Con todo, la Iglesia no fue capaz de erradicar esta tradición, y la transformó en el Día de Todos los Santos o Día de Difuntos: una fecha señalada para honrar a los muertos visitándolos en el cementerio y rezando por ellos en una misa especialmente dedicada a ellos. Pese a todos los esfuerzos de la Iglesia, en algunas localidades gallegas pervivieron algunas tradiciones hasta la actualidad: en Quiroga (Lugo) las calabazas servían para homenajear a los difuntos; se tallaban, se secaban y se conservaban para usarlas como máscaras en Carnavales. En Ribadavia, al llegar "A noite meiga", sus calles quedan atestadas de "meigas", duendes, brujos, fantasmas... y todo tipo de seres sobrenaturales y terroríficos.
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